sábado, 18 de abril de 2009

Letrahue 3

Una vez, amanecí...

En la edición Nº 8 de la revista digital "La Amanecida" se publicó este cuento mío, que acá traje para compartir. Eso si, tenés que sentarte a leerlo porque dura un rato....

La revista creo que está extinta, pero podés encontrar su rastro en
http://www.la-amanecida.rionegro/ (igual el enlace está arriba)

Bueno... ahi se las dejo. Que la disfruten
PD: Dejen su opinión que es gratis, anímense.

La Genoveva

- ¿Te vas a bañar, Genoveva?
- Mi marido anda afuera
- Que venga y se bañe, entonces
- Que no quiere bañarse, le digo. Que quiere comer nomás.
- Vos conocés el trato, si no se bañan no hay ropa ni comida.
Genoveva sale dejando una estela de algo irrespirable y amargo en los pasillos. Afuera el marido, el de esta semana, espera sentado lejos de la sombra, pidiendo calor al sol incapaz y anémico de los inviernos, al que las nubes le dan permiso un rato para que asome a descongelar el pasto y los techos.
Genoveva y el Cabito gesticulan afuera, en el jardín del hospital. Se los ve y se los oye a los gritos. Ella lo empuja, él grita y larga una trompada endeble y borracha que impacta en el aire frío, en la nada. Genoveva bufa un insulto resoplando vapor en el rostro del pordiosero que menea la cabeza en un inconfundible y mudo gesto de negación. La jauría que los acompaña se revuelve. Los perros irritados muestran los dientes con los pelos del lomo erizados. Hay bocinazos de los que ingresan al hospital y los que van saliendo también rezongan que – “Como es posible que nadie hace nada con esta gente, che. Es un peligro esto... y los perros encima...”-
Marta, la enfermera de los ojos claros, los ve desde la ventana y sonríe. Ella tenía un acuerdo de palabra con los pedigüeños despojados de toda costumbre urbana. A cambio de que se den un baño higiénico y se dejen despiojar un poco, les ofrecía alguna pilcha recién donada y una bandeja de comida robada al comedor del hospital.
Solían llegar tímidos y hablando bajo. A veces de a dos para apechugar la mezcla de miedo y repulsa a la institución (a cualquier cosa instituida)
Preguntando -¿ la Martita?- esperaban la respuesta haciéndose chiquitos contra alguna pared mirando al piso y sujetándose las manos sobre el abdomen, como meditando alguna cosa para no mirar a nadie. Y así, afeitados, con la sarna recién curada y sin llenar los pasillos con el penetrante vaho ácido que emana de los cueros teñidos de orín añejo, conseguían que el sereno los dejase dormir en algún banco de cemento del hall central, porque afuera la helada mata los dedos de los pies y llena el pellejo de sabañones.
-Te vas a cagar de frío, pelotudo -gruñó Genoveva
-Que se bañen las mujeres -concluyó Cabito Ferreira- Total yo como acá y después duermo afuera.
-Que la Martita no te va a dar nada si no te bañás, te digo. Te vas a morir como el Albino - Genoveva pegó donde dolía alumbrando miedos escondidos al invocar al frío y la muerte, aunque la preocupación mayor de los dos fuera lo primero y no lo otro.
El albino fue un ucraniano – polaco – alemán - ruso o cualquier nacionalidad que le adjudicaran aquellos que decían conocerle algún origen, sin que nadie jamás pudiera acreditarlo. -Vino escapando de una guerra -decían. O que era un hacendado muy rico al que una peste le llevó la familia entera. Se caminaba el pueblo con un canasto de mimbre en el bracete, que adentro tenía un par de ristras de ajo y unos cuantos huevos desperdigados. Lucía unos dientes grandes y amarronados, la nariz prominente llena de puntos negros y la mitad de la boca eternamente ocupada por un cigarro tipo habano, grisáceo y reseco, al que muy rara vez vi prendido y humeando. En su cocoliche típico de inmigrante que nunca pudo formar el paladar para la lengua castellana, se animaba con pregones trémulos y afónicos
- “!Boibo!... ¡Ajo!” -y cantaba entre carraspeos melodías de un idioma indescifrable, de un lugar que alguna vez fue suyo.

Todo en ellos llama la atención a uno cuando es chico, pero el albino era un capítulo aparte. Bueno y sensible como un ángel. Mugriento y feo como un demonio. Un lastimoso y querible esperpento de persona. ¡Un croto ilustre de la puta madre, hermanito!
...Se murió de frío en una helada después de vaciar la petaca que se escondía entre las ristras de ajo y los huevos que llevaba en el canasto de mimbre. Salió en el diario, con letras chiquitas y sin foto, abajo de una propaganda de pomada para zapatos.

Cabito Ferreira espantó la amenaza del mal recuerdo con una coartada irrefutable
-Tengo los perros -dijo.
Los perros se les pegaban incondicionales y piadosos para compartir los restos de alguna bolsa de basura, o amontonarse a dormir bajo la helada. Cuando el frío apretaba los huesos, el Cabito, la Genoveva y otros como ellos se apilaban enroscados como en una orgía, y los perros se echaban encima formando una pirámide indigente de almas, trapos, pelos, garrapatas y mugre. Así pasaban la noche de un tirón con sábana de perro. Despertaban con frío, pero vivos, reacomodando los diarios que bajo el pulóver calientan la piel y rezongando por el goteo de la matriz de una perra alzada, cuyo perfume cargarán como una maldición, pateando a cuanto perro se les acerque con el miembro erecto a buscarles una pierna donde bambolearse hasta que el olor de la perra se vaya. A la noche siguiente, la hembra alzada y el séquito de perros volverán a entibiar el sueño de ellos.

Genoveva entendió que su marido, el de esta semana, no se iba a bañar por un poco de comida caliente, no esta vez. Lo dejó solo en el jardín del hospital, se encaminó a pedirle a la Martita un pedazo de pan y dedicó al cabito una frase de despedida entre dientes - Andáte a la mierda -

... Dentro de un rato ya no se van a acordar que pelearon. En algún costado al cubierto del frío, en el edificio que está frente al hospital y que nunca se terminó de construir, el Cabito va a prender fuego en un tacho y la Genoveva va a convidarlo con un pequeño bulto marrón-verdoso que él adivinará por el olor que es una factura. Entonces amontonarán papel de obra y cartones como haciendo un nido, mientras van llegando otros como ellos a medida que cae la tarde y empieza el frío, para apilarse a dormir entre los perros, que con la noche vienen a templarles el sueño...

Carlos Sandoval
Roca, Patagonia argentina
Otoño 2003

7 comentarios:

Sergio Sarachu dijo...

Estimado Carlos, gracias por pasar por mi blog y dejar tu comentario. Te contesto a tu pregunta: sí soy uno de los que hacíamos El País a la Parrilla en Antena Libre, junto con Guillermo Berto y Silvina Fernández. Pero qué memoria la tuya!! porque de eso deben estar haciendo unos 19 o 20 años!!!. ja ja
Te cuento: volví a Neuquén hace cinco años, largué el periodismo y me dedico a restaurar y vender muebles antiguos, qué tal el cambio ?
También estoy a full con la poesía y especialmente la de este lado del país. Desde ya que tu blog formará parte de los preferidos en mi espacio y estará a disposición de quienes visiten el blog.
Un abrazo y nos encontraremos al sur del sur, pariendo poesía y cortando alambrados.

Anónimo dijo...

Hermoso cuento, que creo que no es cuento.
Todos los vemos pero nunca imaginamos su cotidianeidad.Gracias por este regalo.

Carlos Sandoval dijo...

Estimado sergio, gracias por engalanarme el blogcito.
A propósito de tu cambio, me han publicado una "nouvelle" llamada "el finao garrido" cuyo nombre original era "el restaurador de muebles"
Creo que deberías volver a los medios. sería muy sano para los usuarios. un abrazo


ANÖNIMO: Gracias por la calidez de tu comentario.
Un abrazo y nos vemos acá mismo

Silvia Castro dijo...

Hola Carlos! El día antes de que pusieras tu comentario, mi hermano Raúl me dijo que había estado hablando con vos, creo que en lo del Colo Parra. Justo estuve en Roca el finde, así que el saludo salió del sur y fue leído ahí mismito. Un cariño grande, te leo y te cuento.
Silvia

Carlos Sandoval dijo...

POR favooor!!
Entró Silvia Castro, y yo con estas mechas!!
Poetisa de la imagen, la poesía flota detrás tuyo como la cola de un barrilete...
Gracias por inundar de luz este rincón.
Un Abrazo, y espero un dia darme el gusto de poder dialogar "feis tu feis" (jah)

FëR Chu dijo...

hola!!!!!! que hermoso es tener estos amigos con la poesía en la mirada....los que deambulan por los barrios viendo y contando pa los nosotros medio brutos pa`l decir. Gracias Carlitos!!! me re gustó el cuento de la Genoveva y la poesía oleo mestizo. (pues no los conocía) un abrazo

Carlos Sandoval dijo...

FER: Es un placer vuestra visita en mi blogcito, que no tendrá lujo... pero tampoco es limpio (jah).
Tus palbaras dejaron aquí un aroma de pan casero recién hecho... ¿Y que otra cosa sinó es la amistad?
Gracias por haber pasado y la puerta queda abierta nomás.
PD: Y gracias de nuevo por los sorrentinos mortales y riquisimos que haces