domingo, 27 de septiembre de 2009

Marcas de nacimiento


El sur nos reconoce en la impronta que nos deja.
Cada huella nuestra en el suelo,
es tambien algo del suelo en nosotros.
Las sombras congeladas,
el vapor de las respiraciones invernales,
el silbido de la jarilla
en el polvo finísimo del viento.
La caminata descalza
sobre las piedras calientes
de la orilla del canal en la siesta del verano,
y las guaridas vacías sin piso ni techo
de los golondrinas cuando termina la cosecha,
determinan las marcas de origen
que llevamos anestesiadas
hasta que el narrador las despierta.
Quien cuenta una historia descubre, redescubre,
las cicatrices mutuas de la relacion entre los hombres y las cosas.
El narrador hace atajos,
facilita el encuentro,
corta alambrados.
La barda tiene la memoria de las cosas inertes
que el sur estampa sobre nuestros cueros como un tatuaje:
eclipses,
la luna en el canal vacío,
chacra florecida,
la adivinación de las estrellas fugaces,
... y vos , Negra, siempre vos.
Texto: Carlos Sandoval
Imagen: el obturador miope- belendelabarda.blogspot.com

viernes, 11 de septiembre de 2009

Yotivenco 2 (los recuerdos que trajo el frío)


Fragmento del segundo capítulo de la novela YOTIVENCO (el uno está por ahi, mas abajito) ... disfrutenlón:
...Despacio, pensando venía, volvía caminando de la trasnochada. El pantalón, perdía el color a la altura de las pantorrillas y bajaba en degradé terroso hacia los tobillos.

Todo color se torna terroso

entre la bruma de polvo

que envuelve a los bailarines de la rodilla hacia abajo,

como una porción de cielo que baja,

o de infierno removido que sube,

a entalcar la bailanta de galpón entre las chacras.

Le gustaba el otoño para arrastrar los pies, abriendo un surco entre las hojas que el viento traía desde las chacras. En eso venía pensando, en el otoño del año pasado, en la vuelta de un baile. Habían estado bailando en silencio. No hablaron nada durante el baile y ahora en el camino tampoco, al menos no con palabras. El baile pululaba entre pasodobles, cumbias y rancheras, y para ellos todo era lo mismo, sonaba igual, se bailaba igual, abrazados y sin dejar de mirarse… sin hablar.

Afuera de ellos dos, el mundo latía en la danza curva de hombres con la tierra pegada en el sudor y mujeres parcas de rostro serio y cuerpo alegre. Al final de cada pieza, cuando los bailarines aplauden al acordeonista y al guitarrero, ellos dos no se soltaban. Fueron inmunes a la inseguridad de los empujones de los borrachos primero y al vaho de los vómitos etílicos después. Cuando se diluyó la bailanta caminaron un poco y se preguntaron los nombres… recién ahí se conocieron las voces.


Ella habló del frío buscando una respuesta que tal vez nada tuviera que ver con el clima. Él sugirió algo que no necesitó palabras y se abrazaron.
Se sabían el nombre nada más, el nombre solo, y se abrazaron. Apenas si se conocían, igual los dos se llamaron a la desvergüenza.

Las hojas molidas en el suelo hicieron un pacto con los cuerpos desnudos para intercambiar color por aroma, tibieza por frío, amor por amor. Quedaron entonces ellos del color de las hojas, y las hojas tomaron el aroma de los cuerpos.
No pensaron que se venía la amanecida, iluminándolos ante la vista de los pájaros y la quietud de los de los álamos. De alguna manera el la envolvió. La encapsuló en un abrazo para alejarla del frío del amanecer otoñal y del frío de la existencia. Se pusieron a resguardo de todos los fríos, abrazados, y se hicieron invisibles.

Texto: Carlos Sandoval (de la novela "Yotivenco")
Imagen: gentileza de http://www.dekorarte.com/ (la web no menciona el nombre del artista)






domingo, 6 de septiembre de 2009

Lo que guarda el Canal Grande

Secreto Nº2:
Los Tres Álamos (La memoria del agua)


Cada tramo del canal toma el nombre de aquello que lo identifica, de esos detalles del relieve en las orillas, o de los rastros humanos que lo distinguen. Así va, rebautizándose acorde a las construcciones que lo cercan, o la naturaleza que vive en sus orillas. Los tres Álamos, canaleta roja, pozón de Parra, orilla del sauce viejo, la pasarela amarilla, la usina, la bomba del regador etc.

Sobre el costado sur del canal grande, a unos treinta metros del puente de la San Juan, quedaban tres álamos de cuando todo era chacra. La cuidad ganó terreno y alguien los dejó ahí

Cuidaban la orilla,

largos, silenciosos y expectantes.

regados al secreto residuo pegajoso

de feroces calenturas furtivas.

Grabando en la oreja de sus cortezas

el bullicio de los pibes que pasan flotando

entre la jangada de manzanas (recién halladitas)

Salpicados por las zambullidas

de los dueños de los vaqueros recortados

y los tatuajes mal escritos con el nombre de algún amor

en aguja de coser y tinta china.

(De esos amores que vuelven como una maldición

cada vez que uno se mira

creyendo que la piel, al igual que uno,

también puede olvidar)

Ahí estaban desde no sé cuándo. Cicatriz en la corteza de corazones mal tallados con el nombre de algún él y alguna ella en el centro, atravesados por una flecha. Troncos de cáscara grisácea con meadas resecas de los pescadores de tarrito y lombrices, vomitónas y escupitajos evaporados de los borrachines de paso.

...Desde el puente de la San Juan se ve la zona, ahora toda cementada y ya sin álamos (dicen que con luminarias y pastito se va ver lindo) pero sigo viendo el reflejo de los tres árboles sobre el agua. La memoria del canal puede mas que la ausencia.

Cerca del puente de la Avenida Roca, a veces veo una imagen fantasmal de sauces que no están y me dan ganas de colgarme de las ramas inexistentes y hamacarme en el agua mientras los remolinos de la correntada te suben por el lomo…

Texto: Carlos Sandoval -06 de septiembre 2009

Fotografía: Agustín Sandoval (Junio 2005)