miércoles, 26 de agosto de 2009

Letrahue IX- Ellos (2) El Cabito ferreira






Ellos (2): El Cabito Ferreira

Ferreira era Cabo de la Colonia Penal U5 cuando lo del cincuenta y cinco.

Se negó a apoyar el derrocamiento a Perón porque eso venía con el bonus track de garrotear al peronchaje del conventillo de barrio Norte (Frente al Canal grande, a media cuadra de la Usina, él también vivía ahí)

Alguien le hizo una seña a un esbirro, y al cabo Ferreyra la oscuridad lo fagocitó…

De las peripecias vividas cuando lo llevaron se sabe poco. De esos infiernos es poco lo que se sabe, bastante lo que se esconde y muy de mucho lo que, por mecanismo de defensa alma atormentada, se olvida sin mas ni más.

Una vez desaparecido se lo dio por muerto acá en Roca. Los que lo largaron en los basurales habrían creído lo mismo.

Inconsciente y febril Ferreira pasó hecho nadie entre la horda que revuelve basura para comer en Buenos Aires. La cuidad lo retuvo anónimo en sus fauces un tiempo… y lo escupió.

Puesto que olvidó su nombre, su casa, su causa y su lugar suponemos que volvió traído mas por el instinto que por el recuerdo. Apareció una tarde hablando incoherencias, meado y con una ropa sin edad ni color, lamiéndose las mataduras de los nudillos macerados como un perro viejo.

Cabito Ferreira habla a los gritos (saluda a los gritos, piensa a los gritos) En rueda de pordioseros alardea de que en una oportunidad Perón lo saludó dándole la mano.

Nunca mendigó. Juntaba la mugre que tuviera algún resto alimenticio y ni bien mascaba por un rato los pegotes verdosos se mostraba caritativo a los transeúntes.

Sacaba un bollo grisáceo de su bolsa y después de olerlo un poco, lo ofrecía al prójimo sobre su mano extendida:

- ¿Una empanada?... Cebolla... ¿Le gusta la cebolla?... ¿No quiere un cachito de pan?

Buceaba con la cabeza hundida en los canastos de basura de las confiterías y los bares para empinarse lo que hubiera en el fondo de las botellas vacías. La mezcolanza ardía en el estómago pero calentaba hasta los pies.

Se alejaba enredado entre el bolserío que siempre le cuelga de los hombros y los brazos. Bolsas llenas de basura, comida, papel de diario y envolturas de caramelos.

Pensaba a los gritos (siempre piensa a los gritos)

-¡Viva Perón, diosito!... ¡Tráiganme el revólver, carajo!

De cuando en cuando se trepaba a la punta del edificio ese que está frente al hospital, y que nunca se terminó de construir.

Gritaba atrocidades desde lo alto

con la bragueta mojada y los brazos abiertos,

como queriendo volar de la locura

y descolgarse afuera, lejos.

Como un fantasma de él mismo

... Como el olvidado que era nomás.

Cada tanto lo veo por ahí, pero me dicen que el Cabito Ferreyra murió hace mucho y que son otros cirujas que saludan cuando les digo “como va don Ferreyra” porque los crotos saludan a cualquiera que les hable. Que el Cabito no ha de ser, me dicen, salvo que yo ande por la vida saludando fantasmas.

Que sabrán estos, digo, si los ven a todos iguales.

Carlos Sandoval

Otoño 2003

Imagen:www.chelocandia.blogspot.com (Gracias de nuevo Chelo)

viernes, 14 de agosto de 2009

letrahue VIII: La Violeta


LA ENFERMERA VIOLETA


Violeta estuvo un tiempo en las afueras de Laguna Blanca, haciendo para los lugareños las veces de agente sanitario, enfermera, partera y si la urgencia lo requería, también médico.


Manejaba una ambulancia desvencijada en un paraje frío y ajeno al beneficio de la ayuda social porque reditúa muy pocos votos, demasiado lejos de cualquier lado. Los escasos habitantes desperdigados en ese tramo de meseta patagónica, rara vez supieron de elecciones, aunque en los registros oficiales figuran como asiduos votantes, tanto ellos como alguno que otro pariente o vecino muerto. A la Violeta la “volvieron” al hospital de la cuidad cuando por esto de los votos hizo muchas preguntas al comisionado de la zona, que era también juez de paz y retiraba la documentación de aquellos que en Laguna Blanca se apagaban por picaduras de alimañas, entreveros a cuchillo, partos malogrados, o endurecidos por la helada durmiendo campo afuera. Ella los vio en el padrón, marcados con la crucecita del sufragio cumplido.


El mejor recuerdo de la Violeta: Los nacimientos. Hechos en el puesto sanitario o en la casa de las madres, de apuro en la parte de atrás de la ambulancia, o a cielo abierto en el reparo un cauce de lluvia seco entre las jarillas. Le avisaban por radio, o venían de a caballo. Violeta salía en la ambulancia llevando, además de lo necesario el parto, la estufita a querosén para calentar la pieza de adobe fría por la intemperie, y una botella vacía por dudas.


Es costumbre de las madres de la zona soplar una botella obteniendo un silbido de tono bajo después de que nace el niño. Antiguamente, la hoy botella sería una vasija de barro hecha solo para estos menesteres, que se transfería de mujer a mujer, de preñez en preñez. La creencia de estos lugares dice que al sacar silbido sereno de la botella, los espíritus circundantes ayudan a desprender la placenta de la madre, sin los riesgos que padecen hoy las que dan a luz bajo la tutela del progreso y la ciencia. Convocaban así a las entidades protectoras, que permanecerían de ahora en más velando por el niño, hasta que deje de serlo.


La familia del recién nacido concedía a la comadrona o partera, el honor de un nombre. De ahí que en laguna blanca todos tuviesen por lo menos dos nombres. El primero dado por su familia y el segundo por la partera. Aquel que tuviera un solo nombre por esos parajes de seguro era forastero, o bien la madre pasó solita el trance de los dolores y el alumbramiento.


La primera vez que Violeta se vio envuelta en tamaño menester, tuvo una imagen fugaz de un amor con quien le hubiera gustado tener un hijo, y bautizó al niño con el nombre de sus nostalgias.

Así, en un tiempo no muy largo, los niños nacidos en Laguna Blanca eran nombrados por Violeta con los nombres de sus antiguos amores.

Cuando se acabó la lista de aquellos por los que fue correspondida, Violeta siguió con aquellos por los que fue desairada. Agregó también a los que jamás supieron de su amor, porque había elegido entonces amarlos desde el silencio, puesto que alguna razón le impedía hacer pública la confesión. Violeta se ve al espejo, reconoce en la piel las marcas del tiempo y piensa en laguna Blanca. Sabe que en todos los niños nombra a sus amores de siempre, se ve a sí misma rodeada por los chicos que acuden a visitarla, sabiendo ella que por cada nombre que pronuncie, habrá un cosquilleo en el corazón.

...Entonces cree que ése es un buen lugar para envejecer.

Carlos Sandoval-Verano del 2000

Imagen: Agustín Sandoval- invierno 2006

lunes, 3 de agosto de 2009

Cortando alambrados- Borrachera Seca

Borrachera Seca




Estamos en síndrome de abstinencia.




En alto nuestros puños temblorosos




deseando, presurosos, llegue el día




de apretar entre los dedos copas llenas




de los cántaros hastiados del delirio,




del vino que genera la esperanza.




Derramarnos ya borrachos de la vida,




y brindar con el licor de la justicia...







Texto:Carlos Sandoval - Octubre 1990 (03:30hs)

Ilustración: Chelo Candia - Julio 2009