viernes, 11 de septiembre de 2009

Yotivenco 2 (los recuerdos que trajo el frío)


Fragmento del segundo capítulo de la novela YOTIVENCO (el uno está por ahi, mas abajito) ... disfrutenlón:
...Despacio, pensando venía, volvía caminando de la trasnochada. El pantalón, perdía el color a la altura de las pantorrillas y bajaba en degradé terroso hacia los tobillos.

Todo color se torna terroso

entre la bruma de polvo

que envuelve a los bailarines de la rodilla hacia abajo,

como una porción de cielo que baja,

o de infierno removido que sube,

a entalcar la bailanta de galpón entre las chacras.

Le gustaba el otoño para arrastrar los pies, abriendo un surco entre las hojas que el viento traía desde las chacras. En eso venía pensando, en el otoño del año pasado, en la vuelta de un baile. Habían estado bailando en silencio. No hablaron nada durante el baile y ahora en el camino tampoco, al menos no con palabras. El baile pululaba entre pasodobles, cumbias y rancheras, y para ellos todo era lo mismo, sonaba igual, se bailaba igual, abrazados y sin dejar de mirarse… sin hablar.

Afuera de ellos dos, el mundo latía en la danza curva de hombres con la tierra pegada en el sudor y mujeres parcas de rostro serio y cuerpo alegre. Al final de cada pieza, cuando los bailarines aplauden al acordeonista y al guitarrero, ellos dos no se soltaban. Fueron inmunes a la inseguridad de los empujones de los borrachos primero y al vaho de los vómitos etílicos después. Cuando se diluyó la bailanta caminaron un poco y se preguntaron los nombres… recién ahí se conocieron las voces.


Ella habló del frío buscando una respuesta que tal vez nada tuviera que ver con el clima. Él sugirió algo que no necesitó palabras y se abrazaron.
Se sabían el nombre nada más, el nombre solo, y se abrazaron. Apenas si se conocían, igual los dos se llamaron a la desvergüenza.

Las hojas molidas en el suelo hicieron un pacto con los cuerpos desnudos para intercambiar color por aroma, tibieza por frío, amor por amor. Quedaron entonces ellos del color de las hojas, y las hojas tomaron el aroma de los cuerpos.
No pensaron que se venía la amanecida, iluminándolos ante la vista de los pájaros y la quietud de los de los álamos. De alguna manera el la envolvió. La encapsuló en un abrazo para alejarla del frío del amanecer otoñal y del frío de la existencia. Se pusieron a resguardo de todos los fríos, abrazados, y se hicieron invisibles.

Texto: Carlos Sandoval (de la novela "Yotivenco")
Imagen: gentileza de http://www.dekorarte.com/ (la web no menciona el nombre del artista)






6 comentarios:

Víctor Alberto Cumio dijo...

Carlos, disfruto del fruto de tu trabajo: los textos literarios. Seguramente en ellos hay horas de tus silencios, arando, sembrando ..., y ahora yo, al recalar en los muelles del blog, disfruto la cosecha de tus sembradíos. Felicitaciones por la creatividad e humanidad intactas, Carlos.

Carlos Sandoval dijo...

Maestro Victor, a veces no me animo a decir nada detrás de tus comentarios, pues suelen ser mucho mas conduntentes que mis escritos.
Gracias por dejar el rastro de luz acostumbrado en este lugarcito.
un abrazo.

**Sweetblood** dijo...

que buena onda!
me gusto el blog, aunque el sur me gusta mucho más jeje
saludos
y buenas tardes

Carlos Sandoval dijo...

Suit blod: AY!! ... nada ¿viste?
gracias por pasar

Unknown dijo...

Que buen final... que sera el ser invisible pero seguir siendo el mismo ser!!! Cuantos seres invisbles llebamos dentro.

Carlos Sandoval dijo...

Fabi: ¿Cuantos seres invisibles llevamos en el cuero? Yo tambien me hago esa pregunta. Un día los voy a hacer salir a todos y les voy a pedir que se enumeren o se nombren, y ahi si voy saber cual es el desgraciado que me pone lagrimas en el vino.
un abrazo.