sábado, 26 de marzo de 2011

Dia de la memoria


Dejé pasar dos dias del 24 de marzo para acomodar la efervescencia que estas cosas activan en los adentros del alma.

Aqui les dejo un fragmento al del cuento "cuarenta y cuatro" (en el 2009 ya hubo en este blog otra parte del cuento) está dedicado a Victor Jara y por extensión, a todos nuestros hermanos desaparecidos.

...Es bueno saber que estan volviendo, los traemos nosotros al escribir o leer cosas como estas.



Para orientarse: El fantasma de Justiniano Lautaro sale de la fosa común, de nochecita, a mirar la tele... lo que sigue está abajito. Que lo disfruten.



...Don Justiniano espiaba de contrabando por una ventana en la que había un jazmín del cabo y una pequeña lavanda en macetas separadas. Miraba el televisor por detrás del hombro de la dueña de casa y el primer plano de un rostro lo congeló. Se quedó estático ahí, a pesar de la gata regordeta que erizaba los pelos del lomo. El general ocupaba la pantalla, asistido por una silla de ruedas. Su uniforme de gala faroleaba cuatro botones de oro en la solapa y ribetes dorados también en las interminables tiras del brazo. El lado derecho de su boca estaba caído y le costaba articular palabras. Cada tanto babeaba. Su brazo derecho también estaba muerto (fatal paradoja) y se lo acomodaba con la izquierda para que no cayera como un trapo al costado de la silla.
Justiniano Lautaro cayó en cuentas de que aquel verdugo brioso y este otro decrépito, eran el mismo
- La puta nomás - pensó- como pasan los años, compadre.
Conjeturó que era lógico que el tiempo pase a través del cuerpo de uno dejando sus estigmas -Pero mayores son las marcas de los asuntos pendientes, compadre. La puta nomas- Le dijo al televisor moviendo el índice.
El fantasma percibió como cada segundo de dolor suyo se filtraba por los tejidos del General, incrementando el deterioro y los achaques.

En el borde inferior de la pantalla, un listón azul con letras rojas daba la primicia: el General tenía pedido de captura. Se veía una calle de alguna ciudad grande. Había gente con carteles, “carcel al déspota” “Carcel al asesino” Todo el mundo sabía también que el General se estaba muriendo ya. Por eso, irónicos carteles desplegaban la frase “Aunque sea por un rato”
Los micrófonos se acercaban a la boca torcida de esa sombra que se creía mas que Dios. Preguntaban de las fosas comunes, las torturas, las ventas de los bebés nacidos en cautiverio y de las desapariciones.
Alguna vez, él supo responder a la primera pregunta diciendo que su país era tan fértil, que hasta los muertos se multiplicaban bajo tierra.
Ahora solo contestaba con soplidos y babeos, en palabras lisiadas de su lengua inerte. Intentaba una seña amenazadora con su izquierda levantada. La derecha oscilaba pendular como un andrajo en su costado. A él, justo a él, la derecha lo abandonó.
Don Justiniano Lautaro entendió que con la fuga de su martirio, también migraba hacia ese cuerpo todo el dolor de sus hermanos. Sin quitar la vista del rostro en la pantalla, pudo leer en los ojos de que éste hombre sabía perfectamente de donde venían sus dolencias. No podía pararlos ya... El General es ahora una esponja en la que convergen absorbidos los dolores ajenos. La baba se le escurre por entre los botones de oro de la solapa y baña las tiras de su jerarquía en el brazo. Era él. Irreconocible. Apagado, pero él. Estaba muerto ya, pero la muerte no lo quería… La vida tampoco.

El fantasma se deslizó veloz hacia el bosque, y la luna lo atravesó como un colador por entre los cuarenta y cuatro orificios que los sicarios del general le abrieran a balazos hace mucho tiempo ya, después de cortarle las manos por poeta, y la lengua por cantor.
Esa madrugada en el claro, el alma del frío brillaba entre los vapores de la hierba amanecida. Ellos cantaron y bailaron de alegría hasta que el sol estuvo alto y los puso invisibles. Cantaron, eso si, con palabras de aire y silencio, porque es así como cantan los muertos.