
Reseña del hombre hecho de ausencias
Acostumbrado a las ausencias, el hombre no las sufría. Las contenía silenciosas tripas adentro y cuando amenazaban explotar garganta afuera, las empujaba con vino y ellas solitas se adormecían.
- No es tan malo estar lleno de ausencias –decía- Cuando el hambre aprieta, las soledades se instalan en la panza refrescando los ardores del ayuno.
En los ratos de pensar, viboreaban las ausencias buscando adentro su lugar verdadero, ahí entre la garganta y el corazón que es donde suele anidarse la angustia. Entonces florecía el síndrome opresivo desmesurado y veloz como la habichuela mágica en el pecho del hombre solo, que se golpeaba el esternón y las costillas desacomodando el aposento de los recuerdos que duelen. Conjeturaba que las había espantado hacia otro confín del cuerpo porque no era necesario el tiraje de los músculos accesorios del cuello para la respiración, ni sentía el corazón apretado, ni la garganta amenazaba con llorar cada vez que intentaba palabra.
Se durmió el hombre un día, preñado de ausencias. Las privaciones no murieron con él, pero se las llevó puestas, pegadas al alma como un abrojo para no sentirse vacío... y para que nadie tuviera que entorpecer la virtud de estar vivo, haciéndose cargo de ausencias ajenas.
Ejemplo a imitar si los hay, mire...
Carlos Sandoval
Invierno- 1993
*Nota: El personaje de la foto, nuestro gato Mojo Jojo, fue quien me contó esta historia