
Ellos (2): El Cabito Ferreira
Ferreira era Cabo de
Se negó a apoyar el derrocamiento a Perón porque eso venía con el bonus track de garrotear al peronchaje del conventillo de barrio Norte (Frente al Canal grande, a media cuadra de
Alguien le hizo una seña a un esbirro, y al cabo Ferreyra la oscuridad lo fagocitó…
De las peripecias vividas cuando lo llevaron se sabe poco. De esos infiernos es poco lo que se sabe, bastante lo que se esconde y muy de mucho lo que, por mecanismo de defensa alma atormentada, se olvida sin mas ni más.
Una vez desaparecido se lo dio por muerto acá en Roca. Los que lo largaron en los basurales habrían creído lo mismo.
Inconsciente y febril Ferreira pasó hecho nadie entre la horda que revuelve basura para comer en Buenos Aires. La cuidad lo retuvo anónimo en sus fauces un tiempo… y lo escupió.
Puesto que olvidó su nombre, su casa, su causa y su lugar suponemos que volvió traído mas por el instinto que por el recuerdo. Apareció una tarde hablando incoherencias, meado y con una ropa sin edad ni color, lamiéndose las mataduras de los nudillos macerados como un perro viejo.
Cabito Ferreira habla a los gritos (saluda a los gritos, piensa a los gritos) En rueda de pordioseros alardea de que en una oportunidad Perón lo saludó dándole la mano.
Nunca mendigó. Juntaba la mugre que tuviera algún resto alimenticio y ni bien mascaba por un rato los pegotes verdosos se mostraba caritativo a los transeúntes.
Sacaba un bollo grisáceo de su bolsa y después de olerlo un poco, lo ofrecía al prójimo sobre su mano extendida:
- ¿Una empanada?... Cebolla... ¿Le gusta la cebolla?... ¿No quiere un cachito de pan?
Buceaba con la cabeza hundida en los canastos de basura de las confiterías y los bares para empinarse lo que hubiera en el fondo de las botellas vacías. La mezcolanza ardía en el estómago pero calentaba hasta los pies.
Se alejaba enredado entre el bolserío que siempre le cuelga de los hombros y los brazos. Bolsas llenas de basura, comida, papel de diario y envolturas de caramelos.
Pensaba a los gritos (siempre piensa a los gritos)
-¡Viva Perón, diosito!... ¡Tráiganme el revólver, carajo!
De cuando en cuando se trepaba a la punta del edificio ese que está frente al hospital, y que nunca se terminó de construir.
Gritaba atrocidades desde lo alto
con la bragueta mojada y los brazos abiertos,
como queriendo volar de la locura
y descolgarse afuera, lejos.
Como un fantasma de él mismo
... Como el olvidado que era nomás.
Cada tanto lo veo por ahí, pero me dicen que el Cabito Ferreyra murió hace mucho y que son otros cirujas que saludan cuando les digo “como va don Ferreyra” porque los crotos saludan a cualquiera que les hable. Que el Cabito no ha de ser, me dicen, salvo que yo ande por la vida saludando fantasmas.
Que sabrán estos, digo, si los ven a todos iguales.